Azar, un texto de Simone Weil.

Los seres a los que amo son criaturas. Han nacido del azar. También mi encuentro con ellos es un azar. Morirán. Lo que piensan, lo que sienten y lo que hacen está limitado y es mezcla de bien y de mal.
Saber esto mismo con toda el alma, y no por ello dejar de amarlos.

Imitar a Dios, que ama infinitamente a las cosas finitas en cuanto cosas finitas.

Querríamos que todo lo que tiene un valor fuera eterno. Mas todo lo que tiene un valor es fruto de un encuentro, dura lo que el encuentro, y cesa una vez se separa lo que se había reunido en el encuentro. Ésa es la idea central del budismo (idea heraclitiana). Conduce directamente a Dios.

La meditación sobre el azar que propició el encuentro de mi padre y mi madre es todavía más salutífera que la meditación sobre la muerte.
¿Existe algo en mí que no tenga su origen en ese encuentro? Sólo Dios. Pero incluso mi idea de Dios tiene su origen en ese encuentro.

Estrellas y árboles frutales en flor. La completa permanencia y la extrema fragilidad proporcionan por igual el sentimiento de la eternidad.

Las teorías acerca del progreso y del «genio que siempre acaba apareciendo» provienen del hecho de que resulta insoportable imaginarse que lo más valioso del mundo esté supeditado al azar. Precisamente por ser insoportable, debe tenerse en cuenta.

La creación es eso mismo.
El único bien que no está sujeto al azar es el que está fuera del mundo.
Esa vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una marca de existencia.
Destrucción de Troya. Caída de pétalos de árboles frutales en flor. Saber que lo más valioso no está enraizado en la existencia. Es hermoso. ¿Por qué? Proyecta al alma fuera del tiempo.

(…)

Fotografía: Michael Parkes.

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