“El amor de un ser humano hacia otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba suprema, la tarea final ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación. Por eso no saben ni pueden amar aún los jóvenes, que en todo son principiantes. Han de aprenderlo.(…) Todo aprendizaje es siempre un largo período de retiro y clausura”. Rainer María Rilke, Cartas a un joven poeta.

Llegué a esta isla hace cinco meses por una casualidad – milagro, como se llega a ninguna parte. Con la barriga llena de peces, no sabía muy bien si estaba llegando o me volvía a ir.

Por allí dicen que vivo aquí, que vivo en una casa de madera con un fuego para hacer desayunos sin perchas y sin problemas, y que estoy muy feliz. Dicen.

Mi hermana dice que es la isla de la des – conexión, y que aquí no es la realidad, que es como una burbuja. Pero que tampoco ella sabe explicarme qué es la realidad.

En esta isla de repente tuve un trabajo que ya no tenía más porque me retenía más que me subía. Y empecé a dar clases en un idioma que no era el mío.

En esta isla las mujeres se dan besos en la boca y las relaciones abiertas están en todas las mesas de todos los cafés.

En esta isla me di cuenta que la compulsión por hacer me ha llevado a todas partes menos a mi, que no hay nada que haya subido que por contraste y gravedad no haya bajado, y que todas las veces que me definí, me recorté y me di más importancia de la inevitable.

En esta isla conocí a unas mujeres descalzas y sabias que me recordaron sin decirlo que siempre es nunca y al revés, que no todos los mares tienen orilla y que la vida es una paradoja. Estas mujeres me regalaran unas barandillas para asomar a lo incuestionable en situaciones que pareciesen confusas.

En esta isla el pelo me ha crecido cuatro centímetros y he tenido una historia de amor con un hombre lobo que inventé antes de nacer y que me crucé un día en otra playa en otro país que no era éste ni ese. Este hombre me llevó de luna de miel por lugares internos que nunca alguien -ni nadie- antes me había acompañado sin darme de la mano, me pidió salir sin verme y me mostró que los orgasmos no son genitales. Con este hombre me salió una noche en las cartas quererle siempre por encima de todos los imprevistos, y él me trazó en un plano que él era lo que yo no me atrevía a dibujar.

En esta isla nada se fue completamente, los truenos se han echo diarios y por la noche hay sapos en la carretera.

Y lo que sucedió después en esta isla fue la historia de una ilusión, y tuve que rogarle a la muerte en un sueño que no me llevase sin antes dejarme morir estando viva, porque el tiempo no existe, porque morirme me sigue dando miedo, y porque cada vez que digo que me siento vacía quiero decir pesada.

En esta isla nunca me terminé una novela.

Y siempre es nunca al revés.

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