«Deben tener alma los que la sienten dentro de sí bullir y reclamar. Tal vez sean los hombres como las plantas; no todas están llamadas a retoñar y las hay en las arenas que viven sin sed de agua porque carecen de hambrientas raíces. Y puede, puede así, que las muertes no sean todas iguales. Puede que hasta después de la muerte, todos sigamos distintos caminos». (La amortajada, 1978: 53).
Y si no me entiendes es que eres . Y o es que estás todo el día de equivocación para no enterarte de nada, o es que dejarás la tierra y te morirás así, enjaulado de chasco, y arropándote de sospecha, sin haberte enterado ni de quién eres, ni de quién está detrás del que elige tallarines o lentejas, ni de nada.
A mi a veces la vida me da calor, y tristeza. Todo pegado. Y a lo mejor es que tu solo consientes que la vida te de definiciones, etiquetas, y reuniones de parchís. Y por eso no me entiendes, no entiendes que a mi me gusten los cuentos de hechiceros que salvan almas, que esté llena de agua, y que espinete me sigue sumergiendo en una profunda melancolía.
Te dije que la mayoría del tiempo me siento perdida en lo que pasa mientras, y sentirme sola estando acompañada en Vietnam me evoca fantasmas que no me terminan de aclarar quién escribe. Y Vietnam está en todas partes, hasta en las tostadas.
Tener un trabajo-coche o una “posición” te protege, no sé de qué, pero te protege. Y ni te digo tener una marido, un bebé en la panza y un carrito de la compra. Y por eso creo que me siento así ahora, des.protegida, rodeada de verdades desagradables, y llena de fascinación por los pequeños sucesos que me ceden relámpagos de éxtasis, como el niño de pies sucios que me regaló un caramelo de rosas. Pero te digo algo, y es que des.confío profundamente de los que nunca se des.protegen, ni se re.evolucionan, me dan escepticismo, y bostezo de aburrimiento. Y por eso tu no me entiendes, porque sigues con todo el botiquín de protección en el bolsillo.
Ayer, por ejemplo, estaba en Hoian, un lugar lleno de encanto.. Mi amiga vietnamita me advirtió que había medusas en el mar y que eran de las peligrosas. La desobedecí y nadé hondo creyéndome agua hasta que vi a tres medusas tremendas y flácidas y entendí ya no era tan liberador nadar en ese mar tan resplandeciente. Pero tenía que meterme hondo, ¿entiendes? tenía que sentirlo yo, y no que me lo advirtiese ella.
Ahora estoy sentada en un café llamado Oriberry con vistas al río rojo tomándome un «egg cooffee estilo vietnamese» que no sé si me encanta o me disgusta en Hanoi, y esto también me pasa a menudo, que no sé. Y nada tengo que ver con lo que era ayer en medio de las medusas, ni con la que se preguntaba para qué existe al levantarse. Ahora escribo mirando al río para alejarme de mi y mimetizarme con mis dedos que me elevan y me ponen en vertical. Escribo sin comas, ni paréntesis ni lógica, por si las moscas, por si de repente encuentro lo que tienen en común la que nadaba ayer y la que escribe ahora.
Dudo de absolutamente todo lo que hago, con ello camino, y con ello me desmayo cada vez que me monto en otro tren. Porque no se dónde voy, porque me lanzaron al aire y ya no consigo volver porque el aterrizaje me da palpitaciones y sobresalto. Pero que sigo porque confío en el no sé en qué que no es mi razón, porque me he leído seis libros y medio que me animan a seguir, y porque hay algo que no soy yo que le dejo que me lleve, que yo le sigo. Y por eso te escribo, porque no soporto que vivas aparentemente tan así, Tan sin agitaciones – y yo con tantas-, queriendo siempre encontrar una razón lógica de hechos que no entiendes con la cabeza, sin haber comprendido todavía que la cabeza no es tuya, que te la han prestado para traspasarla y para disfrutar de la magia de su traspaso.
Y si todavía no me entiendes es que definitivamente no te has entendido, y que es lo mismo que me pasa a mi, que tampoco me entiendo, ni te entiendo, ni entiendo nada. Todo un misterio incomprensible.